Desde hace un tiempo tenía pendiente un viaje por trabajo a la zona de León-Astorga y desde hace el mismo tiempo tenía clarísimo que aprovecharía este desplazamiento para sacar el telescopio a estirar las piernas después de una larguísima temporada sin catar cielo por unos y otros motivos. La situación actual de las restricciones por la pandemia me obligaba a buscar un alojamiento desde el que pudiera hacer observaciones sin tener que desplazarme a ningún sitio, así que, buscando con calma encontré el lugar ideal: un complejo de apartamentos rurales apartado en mitad del bosque en la zona de Montes de León, al norte del pico Teleno. Hablando de esta afición a la astronomía con la propietaria, me dio una alegría al decirme que tendría todo el recinto para mí y que además me podían apagar todas las farolas de la parcela (no eran pocas, aunque parezca mentida en un sitio tan aislado) para que estuviera en un ambiente realmente oscuro.
Tengo un refractor muy portable para viajes relámpago como este, pero visto que las previsiones meteorológicas eran inmejorables y que el cielo de esta zona es una de los mejores del norte peninsular, me lie la manta a la cabeza y me las arreglé para meter el Lightbridge 12” en la furgoneta del trabajo ¡No podía dejar pasar esta oportunidad!
Llegué al alojamiento el pasado 8 de marzo con tiempo para instalarme y dejar enfriar el espejo principal durante al menos un par de horas antes de observar, y es que un espejo de 300 mm no es moco de pavo y quería que rindiera a tope esa noche. Una vez oscurecido, salí al patio a las 21:00 h y me arrepentí de no haber salido antes para haber intentado ver la luz zodiacal ¡otra vez será!
No tenía un plan de observación establecido, pero lo que sí tenía claro era que entre los objetivos debía estar la nebulosa Cabeza de Caballo, la estrella doble Sirio y pegarme un atracón de galaxias hasta que se me pegara el ojo al ocular. Empecé con Sirio y empecé…mal! Era incapaz de desdoblarla pese a que este año la separación entre las componentes es de 11”. La diferencia de magnitudes (-1.4 y 8.5) no debía ser excusa para no poder separarla con este telescopio. Recurrí a un truco que he leído recientemente en un foro de astronomía visual y es primero observar la estrella Rígel, doble muy similar en cuanto a separación, pero un poco más igualada en brillo, para hacerse una idea de la separación angular entre las componentes. Después de desdoblarla sin ninguna dificultad con el ocular BST 8 mm (187x), me dirigí de nuevo a Sirio y…nada! Cómo podía ser? Después de un rato observando sin resultados, me di cuenta que a la estrella principal le salía una especie de apéndice muy poco definido puesto que prácticamente coincidía con una de las espicas que provoca el soporte del secundario, así que ahí parecía estar la clave, lo cual pude confirmar posteriormente en la aplicación que uso como planisferio. Una pena, pero bueno, lo tendré que intentar con otro telescopio en otra ocasión.
Tras este primer traspiés, para desquitarme moví el telescopio hasta M-42 (la nebulosa de Orión) y aquí sí que ya no hay excusas que valgan. Solté un par de tacos aprovechando que no había nadie más que pudiese verse ofendido. Qué imagen tan brutal!! Qué cantidad de estructura por todos lados! Es la primera vez que yo recuerde que consigo observar todo el perímetro de la nebulosa cerrándose como un anillo. Y qué decir de la zona central? Era una maraña de entrantes oscuros sobre un fondo muy brillante que tenía un aspecto totalmente tridimensional. Visto que sobraba luz por todas partes, le metí el binoviewer al telescopio con un par de oculares de 23 mm y 62º, y un glasspath de 1.25x, lo que me daba un aumento de 81x. En una sola palabra: BRUTAL! No hay nada que supere la visión binocular.
Ahí estuve un buen rato, hasta que recordé que tenía sólo una noche para aprovechar a observar objetos más complicados, así que, siguiente objetivo: Nebulosa oscura Cabeza de Caballo. Esta es una nebulosa que ya había observado en un par de ocasiones, pero desde peores cielos, así que quería comprobar cómo se comportaba aquí. Tengo ya muy trillada esta zona del cielo, así que hice el camino que hago siempre para localizarla: empiezo desde Alnitak y, tomando como referencia la Nebulosa de la Llama (NGC-2024), se trata simplemente de hacer un ángulo recto hacia el sur, encontrándola una vez pasadas 2 estrellas de magnitudes entre 7.5 y 10. Con el ocular de ES-UWA de 14 mm (107x) equipado con filtro UHC (un SVBony baratucho de 1.25”) me costó un poco encontrarla al principio, y es que la falta de práctica pasa mucha factura, pero enseguida apareció tan sutil como siempre. Es simplemente que hay que cambiar el chip observacional, buscando en este caso zonas oscuras en vez de brillantes.
Después de esta nebulosa oscura me desplacé al norte del cinturón de Orión para observar M-78 y el tramo del bucle de Barnard que pasa justo al este de esta nebulosa. Son objetos relativamente fáciles para un espejo de 12”, pero en el caso del bucle de Barnard, que es inmenso, es más útil un telescopio que pueda dar un campo visual mayor que consiga enmarcar mejor la franja de nebulosidad con respecto al fondo del cielo. Recuerdo por ejemplo haberlo observado mejor desde peores cielos con un refractor de 4” a f6 y un ocular Meade UWAN 24 mm y 82º, lo que me daba un campo visual de 3.3º.
Después de esta parada estuve observando unos cuantos objetos típicos del cielo de invierno: M-35, M-38, M-1, la nebulosa Roseta, etc. En el caso de este último objeto me impresionaron mucho los entrantes oscuros que recortan la silueta de esta nebulosa. Recuerdo también que observando el cúmulo abierto M-38 aprecié un efecto muy curioso similar a lo que ocurre con la Blinking nebula, que aparece y desaparece de nuestra vista en función de cómo la observemos. Este cúmulo tiene una estrella central, anaranjada, muy vistosa, que cuando la observaba con visión directa, parecía estar aislada con respecto al resto de estrellas del cúmulo, separada por una especie de anillo sin estrellas a su alrededor. Pero cuando desviaba la vista, con visión indirecta se vislumbraban multitud de pequeñas estrellas débiles en ese espacio aparentemente vacío, que volvían a integrar a esta componente principal dentro del cúmulo. Realmente bonito.
Tras este repaso de objetos invernales decidí que ya era hora de pasar a las galaxias de primavera, entre las que me centré especialmente en las localizadas en las constelaciones de Leo y Coma Berenices, usando como único ocular el ES 14 mm y 82º de campo aparente (107x). La visión que conseguí de algunas de estas galaxias me dejó con la boca abierta. Por poner algunos ejemplos puedo decir que nunca había observado con tanto detalle el triplete de Leo, esto es M-65, M-66 y NGC-3628. Eran especialmente llamativos los brazos espirales de M-66, perfectamente visibles, así como la barra de polvo central de NGC-3628. Entre las galaxias de Coma Berenices, me quedo sin lugar a dudas con la galaxia de la aguja (NGC-4565), enoooooormeee, y de nuevo con barra de polvo central incluida. Tampoco se quedaron atrás los conjuntos formado por la galaxia de la ballena y su pequeña galaxia satélite (NGC-4631 y NGC-4627), y la galaxia del palo de golf y su compañera (NGC-4656 y NGC-4657).
Para cuando me di cuenta, había pasado ya 4 horas al ocular, con una helada impresionante que estaba cayendo a mi alrededor (la temperatura bajó hasta -6ºC), y antes de irme a dormir tenía ganas aún de visitar algunos objetos de cielo profundo en la constelación de la Osa Mayor, en especial las galaxias M-51 y M-101. Qué puedo decir sobre la primera? Pues que ya no hacía falta imaginarse los brazos espirales tan clásicos que se suelen ver en las astrofotografías, estaban ahí! En otras ocasiones había llegado a intuirlos, pero esta vez eran claramente visibles, con visión indirecta, eso sí.
Durante gran parte de la noche estuve evaluando la calidad del cielo de este lugar mediante un medidor SQM, obteniendo medidas muy estables comprendidas entre 21.55 y 21.60. Son medidas correspondientes a un cielo que puede considerarse bastante bueno, pero sinceramente me dio la sensación de que era algo mejor que lo que me estaba marcando la medida. Una de las claves puede estar en un parque eólico que se veía en la línea de montañas que quedaban al sur, en cuyos molinos se podían ver las típicas luces rojas menos en uno de ellos que emitía fogonazos intermitentes muy intensos de luz blanca, lo cual creo que influía directamente en la medida, aunque no tanto en mi percepción del cielo.
Hasta aquí llegó mi desconfinamiento astronómico ya que a la mañana siguiente tocaba madrugar. Entre las tareas pendientes que tenía para esta noche tan especial estaba probar mi regalo de Olentzero: un espectacular Atlas de estrellas a prueba de humedad llamado Interstellarum Deep Sky Atlas – Field Edition. Y qué puedo decir? Que aguantó sin inmutarse la helada que cayó. A la mañana siguiente lo abrí por una de las páginas que estuve consultando más tiempo, que había acumulado una capita importante de escarcha, y noté que, a pesar de tener un tacto húmedo, la página no había absorbido nada de agua. Le pasé un trapo seco y la humedad desapareció como por arte de magia quedando literalmente como nuevo. Esto es algo muy de agradecer teniendo en cuenta los lugares a los que suelo ir a observar. Totalmente recomendable.
David Sedano
LaOtraMitad